La CCSS y sus pacientes

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10 a.m.

–          “Señor, ¿a qué hora me toca a mí la cirugía?”.

–          “Vea, si a las 5pm no la han atendido ¡mejor se va para la casa!”.

Toda la sala de espera estalló en risa con el comentario del auxiliar que labora en el Hospital México, quien definitivamente toma su trabajo tan en serio que lo realiza con una pizca de humor.

Y es que para trabajar en el servicio de salud estatal en Costa Rica se necesita de harta paciencia, amabilidad y sobre todo vocación.  Pero de esto siempre se ha hablado y se critica desde una óptica subjetiva e ignorante a un sector de por sí ya satanizado. ¿Por qué nunca se habla de la gente impaciente, irreverente e irrespetuosa que exige una atención preferencial en medio de un servicio social?

Es cierto que las carencias abundan en “la Caja”, pero no se puede dejar de lado el hecho de que los empleados –al menos la mayoría- trata de brindarnos una experiencia de primer nivel contando solamente con las uñas y los recursos de un nivel muy inferior. Encargados de seguridad, secretarias, empleados administrativos, enfermeras, auxiliares y médicos; todos se comportan de la manera más amable y comprensiva ante una multitud enferma e impaciente y donde cada uno de sus individuos desearía ser el primero sin darse cuenta de lo imposible que esto es.

Esto no es de un día, viene de atrás. Hace varios meses tuve la oportunidad de experimentar la vida dentro de una sala de recuperación en el ala Masculina del Hospital San Juan de Dios, pues mi abuelo debía permanecer en ella algunos días luego de la operación que salvó su vida. Al inicio mi intolerancia a los hospitales (no sólo a los de la caja, me pasa con todos) hizo que sintiera asco, fobia a los gérmenes, a los enfermos, a los que tosen, a las heridas, a los malos olores y demás circunstancias presentes dentro de cuatro paredes que datan de varias decenas de años atrás y que cobijan a 20 hombres, la mayoría adultos mayores, esperando cirugía o recuperándose de ella.

Pero luego de algunas horas cuidando a mi abuelito, el corazón comenzó a sensibilizarse y los ojos a abrirse. Fue entonces cuando vi la labor y disposición de todos los que trabajan cambiando sondas, pañales, ropas, vendajes y catéteres. Observé como conversan con los pacientes, los tratan por su nombre, con cariño y amabilidad, un comportamiento que viaja por una calle de una sola vía y que generalmente no es retribuido a sus emisores.

Pasó igual esta mañana mientras acompañaba a mi mamá en “el México”. Mientras los que esperaban ser atendidos a las 7am se alineaban uno tras otro frente al escritorio del encargado administrativo, la incertidumbre crecía conforme pasaban los minutos y faltaban cada vez menos para las 8. Fue entonces cuando un encargado vino a explicarnos el porqué del atraso: el funcionario correspondiente estaba en una capacitación (no andaba de fiesta la noche anterior, como algunos sugerían). Pero la histeria colectiva hizo de las suyas y varios empezaron a interrumpirle y vociferar acerca de los desastres del sistema de salud público, de cómo venían desde muy largo y habían tenido que levantarse a horas inconcebibles.

El hombre, con paciencia infinita, apechugó los reclamos y muy respetuosamente pidió que le escucharan. Acordó con todos sobre la falta de logística de los directivos que habían convocado  a la capacitación y no habían cambiado las citas de las 7 o al menos puesto un suplente que los atendiera. A los 5 minutos vino una señora que atendió a las personas que venían a cirugía y liberó un poco la fila casi infinita que había ahora incluyendo a los de consulta de las 8. Pero también reclamamos si los empleados no se modernizan y capacitan, si no son eficientes y capaces, ¿verdad?

Todos damos por sentado que el Seguro Social de este país está mal, que no sirve, que nos roban, que deberíamos obtener un servicio acorde al dinero que nos “quitan” mes a mes y que durante tanto tiempo hemos pagado. Si tenemos que ir a un hospital, clínica o EBAIS lo hacemos con indisposición y deseamos irnos sin siquiera haber llegado. Si todo transcurre con normalidad estamos de chicha y criticamos todo lo que se nos ponga al frente; si ocurre algún atraso imprevisto Dios ampare al que se atreva a pedirnos la hora o que le prestemos el periódico.

¿Es una “pega” la tramitería burocrática de estas instituciones? ¡Por supuesto! Pero nosotros que sólo vamos de vez en cuando no podemos ni siquiera ser amables, corteses y educados al contrario de los pacientes regulares quienes se saludan, se preocupan por los otros, se empujan las sillas de ruedas, se brindan campo en las butacas, se traen café, conversan, ríen en medio del dolor y  logran así un rato más agradable.

Igualmente pasa con los empleados de un renovado sistema costarricense de salud, que sigue contando con recursos económicos y de infraestructura limitados, pero que ahora tiene una riqueza en recurso humano del cual todos deberíamos aprender y echar para nuestro saco: si de todas formas tenemos que ir “al Seguro”, por qué no hacerlo de buena forma, con una sonrisa en el rostro, dispuestos a pasar largas horas a la par de gente que sufre más y menos que uno, que igualmente madrugaron y quieren irse lo más pronto posible. Asistir con las manos listas para alzar, ayudar, empujar camillas y sillas de ruedas, estrechar manos de nuevos conocidos, llenos de historias tristes o divertidas, convivir con seres humanos que vienen a lo mismo que nosotros y merecen todo el respeto y solidaridad que quisiéramos recibir.

Tratemos cada vez más de ser como el auxiliar que bromea y crea un ambiente saludable y ameno para él, nosotros y sus compañeros de trabajo. Aceptemos que bajo los rayos X se nota que son los trabajadores de la CCSS y no nosotros los que deberían ser llamados “pacientes”.

Janc’z

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